domingo, 27 de febrero de 2011

Porque las cosas cambian.

Abrió el cajón y colocó todos los cuchillos en la mesa de la cocina. Les pasó la mano por encima y disfrutó un momento viendo como refulgían al fuego. Se anudó al cuello la pañoleta, agarró con la mano izquierda el bies de su falda, lo alzó hasta que quedó a la altura de su cintura y fue trocando los cuchillos a ese improvisado trasportín. Doce, los doce más afilados. Caminó hacia el linde del pueblo y continuó por los andurriales que usaban los labradores. Notó que los chapines se le llenaban de barro y que cada vez pesaban más. Se detuvo en la encrucijada, no recordaba por dónde seguir.  Intentó hacer memoria y se vio a sí misma, doce años atrás, subiendo la loma. Continuó por  la derecha y pronto divisó una pequeña casa con el tejado medio derruido. Golpeó la puerta con los nudillos.
 La puerta se abrió, y un hombre se colocó en el quicio. Ella sintió tanta rabia al ver de nuevo esa cara, que le empezaron a rechinar los dientes. Asió un cuchillo y lo deslizó fuera de su falda apuntando al frente. Así lo sostuvo un momento, esperando unas palabras de súplica antes de hundir el filo en el pecho de aquel que miraba pero parecía no ver. Pensó en todo el daño que él le había hecho, en lo miserable y desgraciada que se sintió por su culpa, y le pareció que lo que iba a hacer, era el único consuelo posible. Doce puñaladas, una por cada año de calvario, de deshonra y cuchicheos que había tenido que soportar en el pueblo.
-         ¿Quién eres? – Pregunto el hombre, -palpando el aire con la mano derecha.
Se sintió flaquear y lo miró dubitativa. Estaba terriblemente viejo, cansado. Las arrugas surcaban su piel y la altanería que años atrás abanderaba, se había tornado en tristeza y oscuridad. Movió el cuchillo a izquierda y derecha delante de su cara sin provocar un sólo parpadeo.
-         ¿Quién eres? – Repitió y el miedo se dejó sentir en su voz.
Comenzó a reír a carcajadas mientras soltaba el bajo de su falda y dejaba caer estrepitosamente los doce cuchillos al suelo. Lo miró por última vez, riendo todavía.
-         María, se que eres tú. ¡¡Haz lo que has venido a hacer!!
No contestó, se dio la vuelta y deshizo el camino. Comenzaba a oscurecer y calló en la cuenta de que no había cerrado la puerta de casa.
http://www.youtube.com/watch?v=FbB3SwbQnZs

© Natalia Villar, 2011

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