lunes, 6 de diciembre de 2010

Cuéntame un cuento.

El fuego se había declarado en un bosque cercano y los vientos de poniente lo arrastraban devastador  hacia el bosque en el que transcurre este cuento.
Cuando el fuego se acercaba  a nuestro bosque, el sapo, habló.
-         No os preocupéis, -dijo croando.-El fuego no nos atacará. Somos un bosque importante y fuerte, rodeado de montañas y mar.
Algunos animales no entendían qué  importancia tendría para el fuego que estuviesen rodeados de montañas y mar. El castor se ofreció voluntario para modificar el curso del rió y  utilizarlo como cortafuegos, pero nadie le escuchó y la mayoría de los animales creyeron al sapo, que satisfecho volvió a su estanque.
-    ¡¡Las llamas están muy cerca!! ¡¡Las llamas están muy cerca!! Veo que se acercan – Gritó la ardilla en lo alto de un roble.
-   ¡¡No sigas con eso ardilla!! – Gruño el oso sacando la cabeza de su guarida. – Yo no veo que se acerquen las llamas. Si estuviésemos en peligro, el sapo nos lo diría. ¡Calla! Y sigue recogiendo nueces.
                Las llamas se acercaron imparables y arrasaron el bosque. Los animales que vivían sobre la tierra fueron los que más sufrieron las consecuencias del fuego. Los gusanos de seda, envueltos en sus capullos, quedaron reducidos a cenizas. Los caracoles, fueron muriendo poco a poco, porque no tenían hojas verdes para comer. Algunos animales, que habían llegado hacia varias primaveras para quedarse, volvieron a sus antiguos bosques, que aunque arrasados tiempo atrás, parecían recuperarse. Los animales se comenzaban a inquietar y los rumores se extendían más allá de las montañas. El sapo dio un salto y volvió a croar.
-      No os preocupéis. Las lluvias harán que vuelvan los brotes verdes y todo volverá a ser como antes.- y se zambulló de nuevo en el agua.

Las lluvias llegaron antes de lo esperado y tras ellas, la primavera acudió a su cita pero el bosque no reverdeció. La desesperación comenzaba a hacer mella entre algunas especies, y con la llegada del verano volvió el miedo a un posible incendio. A finales de otoño, recibieron la visita de un águila imperial. El águila hablo de esta forma:

-         El bosque de donde vengo, también ha sufrido un incendio. Las lluvias han sido beneficiosas para nosotros, las semillas germinan y los árboles han vuelto a dar frutos. Estoy dispuesta a ayudaros igual que he ayudado a otros. Pero debo inspeccionar todo vuestro bosque.
-         ¡No! – Atajó el sapo. – No necesitamos ayuda. Todo está bien.
-         ¡No! – Gritaron las libélulas que vivían con el sapo. – El fuego no ha afectado al estanque. Todo está bien.
-         Vale – dijo el águila desplegando sus alas. – Pero tal vez deberías vender parte de vuestro bosque para poder comprar semillas. Pensad en lo que os digo. – y alzó el vuelo.
        El sapo y las libélulas debatieron la posibilidad que les había planteado el águila. Decidieron vender los árboles más fuertes, aquellos que todavía daban frutos. Las libélulas y el sapo sabían qué iba a  pasar con los pájaros que vivían en esos árboles, pero aun así, decidieron no hablar con ellos. Al amanecer, los ruiseñores no cantaron y los pájaros carpinteros cesaron en su continuo martilleo.
-         Intolerable. – dijo la ardilla. – El jilguero no ha cantado y no me ha despertado. Debería haber recogido ocho nueces y por su culpa, todavía no he recogido ninguna.
-         Desastroso – dijo el gato afilando sus uñas contra un tronco- los pájaros no han cantado y los ratones siguen dormidos en sus madrigueras. Por culpa de las aves, no he comido nada en todo el día.
-        ¡¡ Deberían echarlos de las copas de los árboles.!! - gritó el castor. – Ellos tienen sin ningún esfuerzo los mejores frutos, los que crecen en las ramas más altas y tienen los nidos con mejores vistas, son unos privilegiados. Yo me tengo que dejar los dientes cortando árboles y construyo presas, soy productivo, ellos no. ¡¡Qué los echen!!
         Los pájaros se reunieron en el sauce llorón que había cerca del estanque por si el sapo quería hablar con ellos. Intentaron contarles al resto de los animales lo que ocurría, pero las libélulas cerraban sus picos.
-         ¡¡Llamad a las pulgas!! – sentenció el sapo.
-         Pero sapo. – interrumpió el topo- Las pulgas no son buenas, pican. Además, vosotros ya sabíais lo que iba a pasar con las aves...
-         ¡¡Llamad a las pulgas!! y que en cada pájaro se asienten dos pulgas. Así volverán a cantar y todo volverá a ser como antes.
Y un ejército de pulgas apareció en el bosque saltado alegremente.
Recordad queridos amiguitos, que los sapos y las libélulas viven en el estanque y que a ellos no les pican las pulgas.

© Natalia Villar, 2010

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